a) Cuerpos
partidos.
Existen los cuerpos y los”estados de cosas”, co-existen, comulgan, se entraman, se “reabsorben”
, se tensan, arden. Los cuerpos son destino.
Afectan acontecer y el acontecer los efectúa. Se insisten uno al otro .No son
pasibles ni imposibles, son improbables. Se extreman y se fragmentan, se
extralimitan .Se aprehenden y recapturan
Son simultáneos y se leen y releen. Se atribuyen. “Un cuerpo espesura como un vapor de superficie.” Un
cuerpo des-profundo que ahonda con otros en todas sus partes Como fuego en el hierro se transfigura,
efectúa sus superficies. Se distribuye, resplandece, irradia las cosas. Un
efecto del efecto. Se desdobla, en la interioridad de su suerte es causa, en lo
exterior efecto, se desintegra para no perder su unidad. Se incorpora no
confronta .Las cosas y los estados sustancian la ya sustancia, toman cuerpo.
Insiste en la existencia, esquiva la idea de sí. Se sustrae de su simulacro
para quedar a la deriva y se insinúa para el efecto. Pierde su causa, su
eficacia, su aliento para ser idealidad extrema. Un sortilegio. Ya no está solo
ni culpable, comparte la herida, el escondrijo, el flagelo. Cicatriz. “…dices
un carro, luego un carro… pasa
por tu boca”. Cuerpo y acontecimiento se ilimitan, se excavan, se entrometen, se infunden, se esperan, se
trastocan y en ese deslizamiento cumplen su destino poético Cristal. Se invierten. Tartamudean. El mutuo
desliz induce el otro lado del sentido,
el otro lado del destino. Todo “vapor
incorporal” la antisustancia. Lo que hay que ver no está
en lo profundo sino en el revés, o en
todo caso en la frontera. La marca la cicatriz no es adentro, supura visible
obscena. Allí incorpórea, irreal. Para demostrar,..” que lo más profundo
es la piel”. El acontecimiento corroe, no en el fondo sino
en el umbral. La herida sangra en el extrañamiento, habla cuando se
desconoce. En el acontecer poético el
sentido no es lo oculto ni lo visible, es lo vivo. Ve su propia carne flagelada
.Es una neutralidad impenetrable, corte de la conciencia, fractura,
indiscernimiento. No hay un adentro del sentido en el acontecimiento poético,
es la parte de adentro de un siempre afuera. Un
frágil, un infundado. No es que ve del otro lado, ve todo. En un
operativo de desfondamiento instala el reino de las superficies.
3.8 - De los cuerpos que hablan.
a) De
lo vivo fulgurante. (Sobre una gramática
de los cuerpos)
“Que los cuerpos hablan lo sabemos desde
hace tiempo”. [1]
Toda razón
puede ser sólo la voz de los dioses, perpetua vacilación. Del otro lado de los
cielos el cuerpo duda, evade su eterna disyuntiva confundiendo al dios que lo
soporta, el cuerpo conjurador de cuerpos
padece su propia perversión : asumir el dilema en su dilema, omitir la acción
de gracia , encubrir- se ; efecto
cascada de si mismo, a partes, por partes, con vista previa de lo que vendrá,
sólo el lenguaje vendrá a denunciarlo, a hacerlo carne, a exonerarlo, a
dinamitarlo ; la lengua que discrimina incluso a los dioses, una producción en
cadena de su íntimo arbitrio, manifiesta, obscena, penitente. Dudar lo
pervierte, lo pervienten sus improbabilidades , una diferencia que nunca lo
suscribe, carne suspendida y escrupulosa, hacer de su lengua un cuerpo glorioso,[2]
, el cuerpo no hace lenguaje se incrusta en él, le basta su estructura, no
necesita dios, es entidad antidivina, su lengua es el antidios, el incapturado,
su purificación por el infierno, la disyuntiva lo crucifica ; el cuerpo
hablante en fuga de su perspectiva, el cuerpo poético multiplica sus reflejos,
refracta su ignominia , se dobla pliega y repliega sobre lo otro, sobre lo que
mira ; en un turbio teatro de simulacros se erige objeto de conocimiento, es
poseso y
poseído , se difumina. La poética de los cuerpos está en sincronía con la
muerte, es su re- flexión, su glorificación, su advertencia. Toda mirada es una
expropiación, darse a poseer y ser esclavo de la donación, extraviar la
identidad, devenir la tierra prometida, el soñado artificio de la divinidad, el
sortilegio de lo oculto, inducir al cuerpo a separar el gesto de la conciencia
de sí, sin nunca perderse de vista, hasta que él mismo sea su mentira, su
disyunción, su disfunción, su funcionalidad equivoca, una apoteosis del mal. Y
conjurar el maleficio con un rictus mayor, hiperreal, casi indecente,
desmesurado y gravoso, vivir en perpetua sospecha de sí, mal mirado, oprobioso,
un desterrado, un desclasado y cada vez servir al más alto de los simulacros. Y
por ello asumir su condena, quedarse a solas con los espíritus, los innombrables,
los intratables. El cuerpo poeta no le
habla a alguien se extravía en los espejos. La carne poética provoca invoca y
revoca y denuncia su propio origen, reniega de sí. Ambigua, encarna un vacilante, se confunde y
confunde, proyecta su plan de muerte, se
predetermina, primero es indiferenciado para luego discriminarse y morir como
proyecto, la escisión es su poema, su forma antinatural, su coagulación. Lo
vacilante obra la diferencia, para encarnarse se prostituye, es anti
-reflexivo, se oculta en lo indeterminado, es la exacta flexión de lo artístico
o lo poético, un zozobrar en el
escrúpulo, en la noche del maldito sueño, donde siempre está por suceder lo que
nunca sucede. El relato del cuerpo es anterior al cuerpo, como en Ulises cuya muerte lo antecede, que escucha su destino antes de
su destino, se escucha a si mismo, por fuera de sí. Es un estadio de la
conciencia, una reiteración de la vida para proteger la vida, el cuerpo artista
es fugitivo del rito, lo mira desde afuera, lo sepulcra. Reiterar salva. Lo que
enferma cura. Para repetirse, el gesto se extravía, se malogra, se inexacta, no
se intercambia, se reversibiliza, se miente a sí mismo y se exonera, declara su impotencia a lo insustituíble. En
permanente disyuntiva de lo que es y será se corrompe y se pierde a sí mismo en
nombre de un lenguaje que siempre lo traiciona. En esa herejía es poeta.
[1]. “… No se
habla nunca a alguien, se habla de
alguien a una potencia apta para reflejarlo y desdoblarlo; por eso mismo no se
lo nombra sin denunciarlo a un espíritu como extraño espejo…” Gilles
Deleuze: “Lógica del sentido”, Buenos
Aires, Paidós, 2005. (pag. 285)
[2]. “…
formar con las palabras un cuerpo glorioso para los espíritus puros…”
Gilles Deleuze: “Lógica del sentido”,
Buenos aires, Paidos, 2005. (pag.282 )
a) Superchería. ( sobre una teoría del simulacro) :
( [1])“… ¿ O acaso es
necesario imaginar dos tipos de repetición, una falsa y una verdadera, una
desesperada y una salvadora, una encadenante y una liberadora, una que tendría
la exactitud como criterio contradictorio y otra que respondiera a otros
criterios?... “
La repetición, el doble poético, es
un sí mismo, ni doble ni reflejo ni simulacro, lo único que lo asemeja es la
diferencia cada vez, Indesignable revoca su designio. Adviene los espíritus y
allí ocurre la misión; no el cuerpo el capturador, el cuerpo el capturado. Pero
toda carne pide su redención, la purificación del reiterado; detener,
suspender, conjurar el tiempo; habitar el extrañamiento, la obscenidad de la
hiperrealidad ; el hiperser. El cuerpo oculta su obra, la destella
encubriéndola, cuando habla el lenguaje calla la carne, a mayor fidelidad a lo
que habla mayor traición a lo que oculta. El lenguaje, coartada que lo purifica
o lo condena, le hurta su pecado o lo demoniza.
Si aún es capaz de obrar lenguaje y denunciar será glorificado, si
decide callar será exonerado… o muerto,
e incapaz de atestiguar el crimen.”El
dilema de los cuerpos”, [2] tener un cuerpo
para ocultar el lenguaje, para
salvaguardar-lo. Todo en un cuerpo poeta es pensamiento indeseable,
impío. Todo lenguaje una expiación, que para ser desaparece. Una convocatoria
de espíritus asesinos que consumirán sus
verdades por goteo y en la clandestinidad. Fugitivos de sí. Un cuerpo lenguaje
que para existir impone su silencio, se impurifica .Cuerpos que son el teatro
de Dios o de los espíritus, un Dios corrosivo, un anti-dios que impone doble
condena e su disyuntiva, identidad e inmortalidad, integridad y resurrección,
lo hace idéntico de sí. El cuerpo abjura, se excede de su suerte, y entonces el
cuerpo muerto y duplicado es el verdadero
plan divino. Un Dios que avala
los cuerpos, que garantiza la inmoralidad de lo inmortal. Un Dios que apuesta a
la carne, y la huida única posible es el cuerpo poético en su aversión a lo inmortal.
La grieta de existir sin más, solo como potencia, solo como conjuro, no
imitando su dios, sino huyendo espantado de la identidad. Ser sin designio. Ser
solo lo que habla para ocultar. Sobre todo para encubrir el crimen de matar a su dios perpetuamente. Un indesignable. Un
irreversible. Es el mismo cuerpo que subvierte los espíritus, los condenados,
los exonerados, los excluídos, los que como él supuran heridas de guerra, los
mortales espíritus destronando su estirpe. No es por la divinidad lo poético,
es por el asesinato. Un travestimiento
de todos los simulacros, aún el propio .Es
por la guerra de la disimulación. El cuerpo levitado, marcado con huella
de la horca, ahorcado y conservado para
trastornar . Él que es su cicatriz , su improbabilidad, un reinado de todas las
modificaciones, de todos los desarreglos ; sin huella, sin claustro y sin
clausura. Un conglomerado de espíritus sin aliento en pérdida constante de su propia condición. Un indefendible. Ser
cuerpo poético es excluir el cuerpo, flotar en la intensidad o intención del
pasado y a la espera del futuro, reverberar en los bordes. Cuanto menos
presente más es. Un incrustado. Una complicación. Es signo que sigue su rastro
y lo pierde y siempre hay otro agazapado para re-encontrarlo, miles de otros
que lo estrangulan; en constante violencia de sí revoca los poderes, abdica
su reinado. El lenguaje poético es un
puro dios traicionado, exonerado de su paraíso .Se niega a nombrar, a de-
signar. Es fortuito e indeseable. No resucita de una vez por todas, resucita
todas las veces. Retorna eterno en el verdadero simulacro, que es el perderse a
si mismo, en pos de un conocimiento sin fin.
[2] .
“… He aquí que en su identidad, el
dilema en cascada y el gesto en suspenso, representan tanto la determinación
del cuerpo como el movimiento del lenguaje…” Gilles Deleuze: “Lógica del sentido”. Buenos Aires,
Paidós, 2005. (pag. 286)
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